La hora naranja, es así, justo como se ve ahora a través de mi ventana. Todo se tiñe apenas de ese tono que visita a la tarde cuando se está por ir. Los filos de las formas relucen un poco, se marean y desdibujan. La piel se suaviza, los rostros se ablandan, se serenan por un instante en el que observan atentos para robar de cualquier destello ganas de acción. La hora naranja es breve, tan fugaz que algunos no la perciben, pero quienes reparamos en ella –preludio a ese resto de día que juega con todos los sentidos, o con todas las notas- musicalizamos el andar.